“Y empezaba a sentirse el frío, no solo se notaba en las
narices rojas de la gente y en el aumento de ventas de cafés por las mañanas, se
apreciaba también en que mi armario parecía más lleno que en verano con mucha
menos ropa, en que había menos niños jugando en el parque y en que mi bolso
pesaba mas al estar lleno de “por si acasos”. Un paraguas, unos guantes, un
gorro de lana por si acaso. Incluso el suelo se cubría con su particular abrigo
de hojas de roble que crujían mientras los pocos niños, cubiertos de ropa,
jugaban a pisarlas. Y me recordaba a que otro año más llegaba a su fin y tú por
activa o por pasiva te las apañaste para conseguir otro papel en este capítulo,
al igual que yo volví a entrometerme para alterar tu futuro ya planeado, en el
que otra vez, yo no aparecía. A veces lo interpreto como un juego, uno de los
dos mueve ficha tras una tregua indiferente y no duda en que el otro caerá en
la trampa. Y me cuesta adivinar por qué. Quizás sea simple curiosidad por
averiguar quien ganará esta vez o tal vez aún quede algo de esperanza que nos
prometa un futuro y a base de golpes estemos intentando llegar a esa
estabilidad.”
Se dibuja en mi
rostro una tenue sonrisa y enseguida me imitas porque lees, reconoces y
comprendes mi mirada.
“Hace un tiempo ya que jugábamos a querernos, a hacernos
daño cuando ni siquiera era acertada nuestra idea del amor, cuando ni siquiera
sabíamos la sensación que producía un beso. Pero lo que con certeza no cabía imaginar
era que ese sentimiento de “gustar” de una ingenua niña que no llegaba a
“querer” crecería en mí para permanecer dentro, bien escondido y que tan solo
al descubrir de nuevo esos ojos verdes pudiera llegar a querer, a un beso que
aun sin ser el primero fuera el más sincero, a un amor tres años más maduro que
se construyó poco a poco con mucho cuidado y la malicia, la codicia y la
confusión de una niña de 14 años, el miedo al futuro, a lo que no conocía,
hiciera de dos corazones mil pedazos.”
Y dicen que el mejor
ataque es una buena defensa y yo digo que la mejor defensa es una descarada
huida. Pero no es mi culpa que esa sonrisa llena de inocencia consiga
conquistarme una y otra vez, pues sabes hacer buen uso de tu encanto. Tampoco
es tu culpa que consideres mis intenciones como un afán de manipularte, pues
suelo conseguir lo que me propongo. Pero ambos sabemos que el destino no opone
la suficiente resistencia, dando a entender que estamos juntos aunque
aparentemente estemos separados.
“Comenzó entonces eso a lo que denomino “tregua indiferente”,
a la que llegamos tras haber cometido un error de principiante, un error que hoy
en día sigues echándome en cara. Y pasamos de ser los problemas y alegrías del
otro a ser dos extraños cuyas sombras aún se recordaban. Y aun así yo lo sabía,
nadie había puesto punto final, porque cada vez que te veía, mi corazón se
estremecía intentando buscar la pieza ausente en el puzzle, las palabras que
pudieran arreglar lo que yo había roto, pero el orgullo dejó que el tiempo
hiciera el trabajo por sí solo.”
¡Ay! Orgullo, gran
amigo, que haces de mí una fortaleza,
Evitando de este modo
que se rieguen mis mejillas,
Que no me rompan las
miradas llenas de destreza,
Y el dolor lo alejas
a una distancia de mil millas.
¡Ay! Destino, ojalá
pudiera entenderte con certeza,
Te clavas en mi
camino cual un millón de astillas,
Sin decirme si eres
alegre o me causarás tristeza,
Mientras veo moverse
en mi reloj las manecillas.
“Pero ninguno lo
controló, no se puede controlar algo que aparece por sorpresa, sin que te des
cuenta. Desapercibido, distraído, te alcanza otra vez. Ni siquiera te lo
planteas y ¡cómo vas a evitar algo que creías que ya no existía!, ¡claro que no
supimos cómo controlarlo! Fue ahí cuando realmente lo entendí: el primer amor
nunca muere. Y se me ocurrió compararnos con dos ríos, que nacen de distintas
montañas, que de vez en cuando se cruzan sus caminos y de vez en cuando se
separan y pueden incluso juntarse con otros ríos, pero estos acabarán convirtiéndose
en salmones que nadan a contracorriente, pues finalmente tú y yo desembocaremos
en el mismo mar para poder llegar a esa estabilidad. Mientras tanto serán
inocentes miradas en los pasillos, muestras de preocupación que se intentan ocultar
y puede que algún que otro beso que nos vuelva a pillar desprevenidos. Querernos
en silencio y odiarnos en público, dejar esa duda en la mente de las personas
de si hay algo o es simplemente el peso de lo que hemos estado cargando y así
hasta que el destino decida volver a juntarnos, hasta que otro decida mover
ficha, hasta que se termine esta tregua indiferente, hasta que me estremezca
con otra de tus sonrisas, hasta que el orgullo revele al tiempo y nos digamos
lo que hemos estado callando, pues quien calla otorga y ambos sabemos de lo que
estoy hablando.”
Estaba claro que por
mucho que tuviéramos en juego el riesgo merecería la pena, si tan solo
supiéramos cómo dejar de hacernos daño. Pero ahora es cuestión de ver si pierde
el tiempo o el orgullo.