sábado, 9 de noviembre de 2013

Otro otoño mas esperando un cálido verano contigo.



“Y empezaba a sentirse el frío, no solo se notaba en las narices rojas de la gente y en el aumento de ventas de cafés por las mañanas, se apreciaba también en que mi armario parecía más lleno que en verano con mucha menos ropa, en que había menos niños jugando en el parque y en que mi bolso pesaba mas al estar lleno de “por si acasos”. Un paraguas, unos guantes, un gorro de lana por si acaso. Incluso el suelo se cubría con su particular abrigo de hojas de roble que crujían mientras los pocos niños, cubiertos de ropa, jugaban a pisarlas. Y me recordaba a que otro año más llegaba a su fin y tú por activa o por pasiva te las apañaste para conseguir otro papel en este capítulo, al igual que yo volví a entrometerme para alterar tu futuro ya planeado, en el que otra vez, yo no aparecía. A veces lo interpreto como un juego, uno de los dos mueve ficha tras una tregua indiferente y no duda en que el otro caerá en la trampa. Y me cuesta adivinar por qué. Quizás sea simple curiosidad por averiguar quien ganará esta vez o tal vez aún quede algo de esperanza que nos prometa un futuro y a base de golpes estemos intentando llegar a esa estabilidad.”

Se dibuja en mi rostro una tenue sonrisa y enseguida me imitas porque lees, reconoces y comprendes mi mirada.

“Hace un tiempo ya que jugábamos a querernos, a hacernos daño cuando ni siquiera era acertada nuestra idea del amor, cuando ni siquiera sabíamos la sensación que producía un beso. Pero lo que con certeza no cabía imaginar era que ese sentimiento de “gustar” de una ingenua niña que no llegaba a “querer” crecería en mí para permanecer dentro, bien escondido y que tan solo al descubrir de nuevo esos ojos verdes pudiera llegar a querer, a un beso que aun sin ser el primero fuera el más sincero, a un amor tres años más maduro que se construyó poco a poco con mucho cuidado y la malicia, la codicia y la confusión de una niña de 14 años, el miedo al futuro, a lo que no conocía, hiciera de dos corazones mil pedazos.”

Y dicen que el mejor ataque es una buena defensa y yo digo que la mejor defensa es una descarada huida. Pero no es mi culpa que esa sonrisa llena de inocencia consiga conquistarme una y otra vez, pues sabes hacer buen uso de tu encanto. Tampoco es tu culpa que consideres mis intenciones como un afán de manipularte, pues suelo conseguir lo que me propongo. Pero ambos sabemos que el destino no opone la suficiente resistencia, dando a entender que estamos juntos aunque aparentemente estemos separados.

“Comenzó entonces eso a lo que denomino “tregua indiferente”, a la que llegamos tras haber cometido un error de principiante, un error que hoy en día sigues echándome en cara. Y pasamos de ser los problemas y alegrías del otro a ser dos extraños cuyas sombras aún se recordaban. Y aun así yo lo sabía, nadie había puesto punto final, porque cada vez que te veía, mi corazón se estremecía intentando buscar la pieza ausente en el puzzle, las palabras que pudieran arreglar lo que yo había roto, pero el orgullo dejó que el tiempo hiciera el trabajo por sí solo.”

¡Ay! Orgullo, gran amigo, que haces de mí una fortaleza,
Evitando de este modo que se rieguen mis mejillas,
Que no me rompan las miradas llenas de destreza,
Y el dolor lo alejas a una distancia de mil millas.

¡Ay! Destino, ojalá pudiera entenderte con certeza,
Te clavas en mi camino cual un millón de astillas,
Sin decirme si eres alegre o me causarás tristeza,
Mientras veo moverse en mi reloj las manecillas.

Pero ninguno lo controló, no se puede controlar algo que aparece por sorpresa, sin que te des cuenta. Desapercibido, distraído, te alcanza otra vez. Ni siquiera te lo planteas y ¡cómo vas a evitar algo que creías que ya no existía!, ¡claro que no supimos cómo controlarlo! Fue ahí cuando realmente lo entendí: el primer amor nunca muere. Y se me ocurrió compararnos con dos ríos, que nacen de distintas montañas, que de vez en cuando se cruzan sus caminos y de vez en cuando se separan y pueden incluso juntarse con otros ríos, pero estos acabarán convirtiéndose en salmones que nadan a contracorriente, pues finalmente tú y yo desembocaremos en el mismo mar para poder llegar a esa estabilidad. Mientras tanto serán inocentes miradas en los pasillos, muestras de preocupación que se intentan ocultar y puede que algún que otro beso que nos vuelva a pillar desprevenidos. Querernos en silencio y odiarnos en público, dejar esa duda en la mente de las personas de si hay algo o es simplemente el peso de lo que hemos estado cargando y así hasta que el destino decida volver a juntarnos, hasta que otro decida mover ficha, hasta que se termine esta tregua indiferente, hasta que me estremezca con otra de tus sonrisas, hasta que el orgullo revele al tiempo y nos digamos lo que hemos estado callando, pues quien calla otorga y ambos sabemos de lo que estoy hablando.”

Estaba claro que por mucho que tuviéramos en juego el riesgo merecería la pena, si tan solo supiéramos cómo dejar de hacernos daño. Pero ahora es cuestión de ver si pierde el tiempo o el orgullo.